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 26.05.2017 La libertad religiosa

 

LutherEspiritualidad

LA LIBERTAD RELIGIOSA
Lutero: La libre voluntad ¿es libre? - La paz interior -Contemplación grupal
Taller de propuestas de reforma a los dogmas religiosos en búsqueda de la paz espiritual

(Programa “ Al rescate de Occidente”)

Hicimos la lectura de unos extractos de "La libertad del Cristiano" de Martín Lutero y reflexionamos sobre qué es que Martín Lutero proponía que era necesario liberarse. En resumidas cuentas los problemas se presentan en la vida exterior pues siempre terminamos haciendo mal o no lo suficientemente bien a los demás.

 La propuesta de Martín Lutero es buscar la reflexión interna donde nos alejamos de estos problemas. La paz interior parece ser un anhelo para la mayoría de los seres humanos, trascendiendo la religiosidad. Se reflexionó sobre ello.

"2.

 Para poder entender ambas afirmaciones, de por sí contradictorias, sobre la libertad y la servidumbre, pensemos que todo cristiano posee una naturaleza espiritual y otra corporal. Por el alma se llama al hombre espiritual, nuevo e interior; por la carne y la sangre, se lo llama corporal,  viejo y externo. A causa de esta diferencia, también la Sagrada Escritura contiene aseveraciones directamente contradictorias acerca de la libertad  y la servidumbre del cristiano.

3.

 Si examinamos al hombre interior, espiri-tual, a fin de ver qué necesita para ser y poder llamarse cristiano bueno y libre, hallaremos que ninguna cosa externa, sea cual fuere, lo hará libre, ni bueno, puesto que ni su bondad, ni la libertad ni por otra parte, su maldad ni servidumbre son corporales o externas. ¿De qué aprovecha al alma si el cuerpo es libre, vigoroso y sano, si come, bebe y vive a su antojo? O ¿Qué daño puede causar al alma si el cuerpo anda sujeto, enfermo y débil, padeciendo hambre, sed y sufrimientos, aunque no lo quiera? Ninguna de estas cosas se allega tanto al alma como para poder libertarla o esclavizarla, hacerla buena o perversa.

4.

 De nada sirve al alma, asimismo, si el cuerpo se recubre de vestiduras sagradas, como lo hacen los sacerdotes y demás religiosos, ni tampoco si permanecen en iglesias y otros lugares santificados, ni si sólo se ocupa en cosas sagradas: ni si hace oraciones de labios, ayuda, va en peregrinación y realiza, en fin, tantas buenas obras que eternamente puedan llevarse a cabo en el cuerpo y por medio de él. Algo completamente distinto ha de ser lo que aporte y dé al alma bon-dad y libertad, porque todo lo indicado, obras y actos, puede conocerlo y ponerlo en práctica también un hombre malo, impostor e hipócrita. Ade-más, con ello no se engendra realmente, sino gente impostora. Por otro lado, en nada perjudica al alma que el cuerpo se cubra con vestiduras profanas y more en lugar no santificado, beba, no peregrine, ni ore, ni haga las obras que los hipócritas mencionados ejecutan.

¿Pero cómo es que habiendo prescrito la Sagrada Escritura tantas leyes, mandamientos, obras y ritos, sólo la fue puede justificar al hombre sin necesidad de todo ello, y más aún, puede concederle tantos bienes? Tocante a esto deberá tenerse muy en cuenta, sin olvidarlo nunca, que la fe sola, sin obras, justifica, liberta y salva, como luego veremos. Y a la vez es preciso saber que en la Sagrada Escritura hay dos clases de palabra: mandamientos o ley de Dios, y promesas y afir-maciones. Los mandamientos nos indican y ordenan toda clase de buenas obras, pero con eso no están ya cumplidas: porque enseñan rectamente, pero no auxilian; instruyen acerca de lo que es preciso hacer, pero no expenden la fuerza necesaria para realizarlo. O sea, los mandamientos han sido promulgados únicamente para que el hombre se convenza por ellos de la imposibilidad de obrar bien y aprenda a reconocerse y a desconfiar de sí mismo. Por esta razón llevan los mandamientos el nombre de Antiguo Testamento, y todos figuran en el mismo. Por ejemplo, el mandamiento que dice “No codiciarás” demuestra que todos somos pecadores y que no hay hombre libre de concupiscencia, aunque haga lo que quie-ra. Aquí aprende el hombre a no confiar en sí mismo y a buscar en otra parte el auxilio necesa-rio para poder limpiarse de codicia y cumplir así el mandamiento con ayuda ajena, dado que por esfuerzo propio le es imposible. Con los demás mandamientos nos sucede lo mismo: no somos capaces de cumplirlos.

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Tal como es la palabra, así se vuelve el alma, a semejanza del hierro que al unirse al fuego se vuelve rojo blanco como el fuego mismo. Vemos así que al cristiano le basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser justo, de donde se deduce que si no ha menester de obra alguna, queda ciertamente desligado de todo mandamiento o ley, y si está desligado de todo esto será, por consiguiente, libre.

En esto consiste la libertad cristiana:

en la fe única que no nos convierte en ociosos o malhechores, sino antes bien en hombres que no necesitan obra alguna para obtener la justificación y salvación.

30.

Se deduce de todo lo dicho que el cristiano no vive en sí mismo, sino en Cristo y el prójimo; en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe sale el cristiano de sí mismo y va a Dios; de Dios desciende el cristiano al prójimo por el amor. Pero siempre permanece en Dios y en el amor divino, como Cristo dice: “De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley: la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra. ¡Quiera Dios hacernos comprender esa libertad y que la conservemos!"